A mediados del siglo XIX, la ciudad de Nueva York tenía una población más grande que la de París y se acercaba en tamaño a la población de Londres, la ciudad más poblada en esos tiempos. Grandes líderes de la ciudad visualizaban que para convertirse en una ciudad de clase mundial, había que hacer algo más que tener una gran población. Una de los elementos importantes que le faltaba a la ciudad de Nueva York era una gran biblioteca.