El palacio de la Aljafería, una majestuosa edificación fortificada, se levantó en Zaragoza, España durante la segunda mitad del siglo XI. Su construcción la ordenó Abú Ya’far Ahmad ibn Sulaymán al-Muqtadir Billah, conocido por su título honorífico de Al-Muqtadir, “el Poderoso”, como su residencia de recreo. El nombre de Aljafería se deriva del pronombre de Al-Muqtadir, Abu Ya’far, y de “Ya’far”, “Al-Yafariyya”, que evolucionó a “Aliafaria” y de ahí a “Aljafería”. Inicialmente, la construcción se llevó a cabo extramuros de la muralla romana, en el llano conocido como La Almozara, un lugar donde los musulmanes realizaban sus ejercicios militares. Con el paso del tiempo y la expansión urbana, el edificio ha quedado integrado dentro de la ciudad.
Este palacio, conocido en su época como “Qasr al-Surur” o Palacio de la Alegría, es un claro reflejo del esplendor alcanzado por el reino taifa durante su máximo apogeo político y cultural y así lo reflejan los versos del propio rey Al-Muqtadir:
¡Oh Palacio de la Alegría!, ¡Oh Salón Dorado!
Gracias a vosotros llegué al colmo de mis deseos.
Y aunque en mi reino no tuviera otra cosa,
para mí sois todo lo que pudiera anhelar.
Tras la reconquista de Zaragoza en 1118 por Alfonso I el Batallador, el palacio se convirtió en residencia de los reyes cristianos de Aragón, transformándose en el principal centro de difusión del mudéjar aragonés. Pedro IV el Ceremonioso (1319-1387) hizo uso de este lugar como residencia regia, y fue en la planta principal donde se llevaron a cabo las reformas que adaptaron los espacios para convertirse en el palacio de los Reyes Católicos en 1492.
En la Aljafería se rinde homenaje al modelo de castillo-palacio, cuya zona noble se encuentra en la zona del centro de su planta cuadrada, a pesar de que el alineamiento de los lados de dicha planta es irregular. En el rectángulo central se sitúan las dependencias palaciegas, organizadas en torno a un patio con aljibes, que se encuentra frente a los pórticos norte y sur, desde los cuales se accede a las estancias y salones reales.
Sus estancias guardan secretos como el «Mirhab», que servía de mezquita u oratorio privado del rey musulmán y su corte, construido en el siglo XI y orientado hacia La Meca. A él se accede a través de una puerta con arco de herradura, inspirado en la Mezquita de Córdoba. Otro de sus secretos es el Salón de Mármoles o Salón Dorado que era la principal estancia del Palacio. Los artesonados, yeserías geométricas caladas iluminadas por ventanales de medio punto son solo algunos elementos decorativos del mudéjar que enriquecen magistralmente la Aljafería.
Es el Patio de Santa Isabel ese espacio central abierto y ajardinado que unifica todo el palacio taifal. Su nombre proviene del nacimiento en la Aljafería de la infanta Isabel de Aragón, quien fue reina de Portugal en 1282. Del patio se ha conservado la alberca original en el lado sur, mientras que la del lado norte, que data del siglo XIV, ha sido cubierta con un suelo de madera. La restauración buscó devolver al patio su esplendor original, para lo cual se instaló una solería de placas de mármol en los pasillos que rodean el jardín de naranjos y flores.
La edificación más antigua del Palacio de la Aljafería es la llamada “Torre del Trovador”, una torre defensiva, de planta cuadrangular y cinco pisos que data de finales del siglo IX. Su nombre parte del drama romántico de Antonio García Gutiérrez, El trovador, de 1836. Este drama fue convertido en libreto para la ópera de Giuseppe Verdi Il trovatore, de 1853.
En 1593, una nueva reforma transformó el edificio en una fortaleza militar, primero siguiendo diseños renacentistas, cuyos vestigios aún perduran en su entorno, foso y jardines, y luego como acuartelamiento de regimientos militares. A lo largo de los años, la Aljafería sufrió continuas transformaciones y sufrió grandes daños, especialmente durante los Sitios de Zaragoza en la Guerra de la Independencia, hasta que finalmente fue restaurada en la segunda mitad del siglo XX y hoy alberga las Cortes de Aragón.
Diez siglos después, el magnífico “Palacio de la Alegría” soñado por el monarca musulmán Al-Muqtadir sigue siendo, junto a la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba, una de las más preciadas joyas artísticas de la influencia musulmana en el sur de Europa. En el año 2001, la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad el arte mudéjar de Aragón, resaltando que el palacio de la Aljafería es uno de los monumentos más emblemáticos de este estilo, convirtiéndose en un símbolo de la arquitectura civil aragonesa y, sin duda, en una de las referencias imprescindibles de la historia y la cultura de España. Para nosotros, llegar hasta allí, fue una de las experiencias más gratificantes de nuestra visita a Zaragoza.