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Cristo de los Desagravios y Misericordia

En la Plaza de Capuchinos en Córdoba, podemos encontrar el Cristo de los Desagravios y Misericordia, conocido popularmente como el Cristo de los Faroles. La escultura fue realizada por Juan Navarro León en el año 1794 y es uno de los lugares más frecuentados en Córdoba. El capuchino franciscano Fray Diego José de Cádiz, fue uno de sus grandes promotores. El Cristo de los Faroles se hizo nacionalmente famoso por la película de Antonio Molina del año 1958 «El Cristo de los Faroles». 

Hay una leyenda muy interesante que cuenta que un hombre llamado Carvajal y miembro de una conocida familia cordobesa, supuestamente había desaparecido en circunstancias muy extrañas. No sabían si había muerto, si había sido ajusticiado o qué había pasado con él. La realidad era que Carvajal no residía en la ciudad hace años, por eso los curiosos lo espiaban cada noche y pensaban que era un espíritu, un aparecido, o un alma en pena que venía a pedir al Cristo la paz a su alma atormentada. Dicen que cuando salía de la plaza, desaparecía. Nadie pudo nunca verle la cara, ni seguir sus pasos.

Pero un día apareció de visita Carvajal, para despedirse de la comunidad que guardaba el Cristo, y les dijo: “Tengo destino en Cuba, en los ejércitos del Rey, y he venido a cumplir una promesa que hice al Cristo apenas fue colocado aquí. Volvía a casa a altas horas de la noche, cuando fui asaltado violentamente por dos encapuchados. Huí de ellos pero volví a caer en sus manos, me defendí con todas mis fuerzas y tanto fue el ardor de la pelea que rodamos por el suelo, brillaron las armas y brotó la sangre….. y de pronto, sin darme cuenta, me encontré solo y asustado junto a la Cruz del Cristo. Le di las gracias por haberme salvado de los bandidos, y prometí visitarlo cada noche que estuviese en Córdoba a la misma hora que me salvó de aquellos asesinos. Y así lo he hecho todos los días que he permanecido de permiso en la ciudad, hasta mañana que partiré de nuevo a Cuba»

Así que ni era espíritu, ni fantasma, solo cumplía una promesa cada vez que visitaba Córdoba.

 

 

 

 

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