-¡Centinela, alerta!
– ¡Alerta está!
Gritando esta contraseña, los soldados españoles que hacían guardia en las garitas de los fuertes de San Juan, se aseguraban de que sus compañeros estuvieran despiertos, alertas y fuera de peligro en sus respectivas garitas, o torres de vigilancia.
Sin embargo, en una de estas garitas los centinelas tenían que gritar muy fuerte, era el Fortín del Espigón. Esta garita se construye en el 1634 siendo una de las estructuras defensivas más antiguas que cuenta el Castillo de San Cristóbal. Se sitúa sobre un acantilado profundo en el extremo de la bahía, muy separada del resto.
Una noche sin luna y muy pocas estrellas, se encontraba en ella el soldado Sánchez, al que llamaban popularmente Flor de Azahar por el color blanco de su piel. El compañero de la garita más cercana le gritó hasta el cansancio la señal de “Centinela Alerta”, pero Sánchez no contestó en ninguna ocasión. Dio a su compañero por muerto.
Temerosos los soldados, tan pronto salió el sol, se acercaron a la garita para solo encontrar el fusil, la cartuchera y el uniforme del soldado. Muertos de miedo, atribuyeron al mismísimo diablo la misteriosa desaparición del soldado Sánchez.
Jamás se volvió a saber de Flor de Azahar y desde entonces a aquella garita se le conoce como la Garita del Diablo.
Los que no le achacan al diablo la desaparición de Sánchez, dicen que el apuesto españolito, prendado en secreto de una bella mestiza boricua llamada Diana, había planificado con ella su deserción y su huida nocturna hasta un lugar privilegiado y hermoso de la sierra de Luquillo.